Tradicionalmente, se realizaba con el objetivo de curar a los enfermos del alma, es decir, una especie de exorcismo donde se trataba de calmar a los malos espíritus y demonios que causaban el mal y así, curar al afectado, consiguiendo que estos le dejaran tranquilo. Lo realizaban exclusivamente mujeres, colocando al enfermo en el centro de un círculo formado por las bailarinas, y se sacrificaba un animal con cuya sangre se manchaba la ropa del enfermo. Después comenzaba el baile llegando al trance, que con dicho trance llegaba la cura del espíritu maligno y se procedía a cambiar la ropa sucia del enfermo por otra limpia, terminando así la ceremonia. La danza era transmitida de madres a hijas, pero con la llegada de la ley islámica, la danza fue prohibida. Hoy en día se baila como exhibición, con músicos especialistas de este ritual y generalmente gratis.
Para acompañar la danza se usa solo un instrumento de percusión (por ejemplo, el Zār Tanbura) y el ritmo utilizado tiene como base un Ayub muy lento y acompasado, volviéndose cada vez más intenso. Los movimientos surgen desde el torso e incluyen movimientos con la cabeza que pueden inducir a una especie de mareo o trance y los cuales deben ser efectuados con cuidado ya que la idea es no afectar las delicadas articulaciones del cuello.
Esta danza se ha ido incorporando en los escenarios y su objetivo principal está relacionado con el fluir a través del ritmo ya que no es una danza para mostrar dotes o virtudes al espectador, sino que es una danza por y para la bailarina, para conectar con su esencia, para entrar en un estado de libertad a través del movimiento.
En la actualidad, la bailarina que hace esta danza porta en ocasiones un pequeño brasero de mano con borkhul (una especie de incienso aromático), o va acompañada de un hombre que bendice su cabeza con dicho incienso. Este baile presenta mucha dificultad puesto que hay que representar la intensidad y dramatismo de esta ceremonia y convertirla en baile.
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