Características
Los bailes de candil son fiestas especialmente ritualizadas, tanto que podemos trazar una serie de características que, salvando las variaciones de época y lugar, se repiten una y otra vez. Las ‘constantes’ de dichas fiestas son:
La ocasión en que tenían lugar:
Las celebraciones festivas de la localidad o bien las largas noches de invierno, cuando la faena de trabajo en el campo era poca y la diversión escasa.
El lugar de la reunión:
Cuando la fiesta se celebraba con ocasión de una festividad local, el lugar solía ser al aire libre, en una plaza o en un patio de vecinos que diera cabida a toda la comunidad que participaba. Se disponía de la habitación más espaciosa de una casa particular, la de uno de los participantes en el baile, o más exactamente la de los padres de uno de los jóvenes interesados en organizarlo. La autoridad de las fiestas:Siempre hacían acto de presencia personas ‘respetables’ que debían controlar las reuniones de los jóvenes. Al menos se hacían presentes, por lo habitual, las madres de las chicas que acudían, que aunque no llegaran a bailar, vigilaban al tiempo que charlaban entre sí. En las fiestas especialmente ritualizadas (las de festividades locales) suele aparecer un personaje como presidente de la fiesta, alguien relevante socialmente, el alcalde de barrio. A veces el cura acompañaba y jugaba también este papel. Cuando surgían conflictos, actuaban como autoridad de apelación y en principio su decisión era respetada por todos.
La petición de pareja:
La ‘finalidad’ principal de estas fiestas, admitida por todos, era la de entablar relaciones de amistad entre jóvenes de distinto sexo, junto con la diversión y la relación social. La manera de sacar un hombre a una mujer a bailar tenía sus convenciones, que variaban de un lugar a otro. Una de las más extendidas era dirigirse a la chica y pedirle ‘por favor’ bailar con él. La mujer no debía negarse inicialmente, pero si el joven no era de su agrado, ella se retiraba una vez bailadas una o dos coplas. Si mientras bailaban, un tercero quería entrar a bailar, debía dirigirse no a la mujer sino al hombre, y éste debía acceder y retirarse. Si la mujer iba a gusto con el nuevo pretendiente, seguía. Si no, de nuevo declinaba. La iniciativa pues, era del hombre pero las decisiones ‘últimas’ de la mujer.
El abrazo ritual:
Era práctica muy extendida que al final de cada sesión de coplas, cada bailaor tuviera derecho a dar un ‘abrazo ritual’ a la bailaora con la que hubiera bailado. Éste no solía pasar de un estilizado poner los brazos sobre sus hombros, o algún gesto similar. Cuando el abrazo era más efusivo de lo que la convención mandaba, ‘la comunidad’ llamaba la atención. El desenlace variaba, desde la provocación de risas e hilaridad en los mejores casos, hasta las peleas a navajazos e incluso muertes. Niveles intermedios eran el intercambio de frases más o menos fuertes, o la expulsión, por parte de ‘la autoridad’ de algún díscolo en el sentir de todos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario